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Con Cristina.

domingo, 5 de julio de 2020

Todo el mundo se olvidó de los cuadernos de la corrupción, menos nosotros.

En agosto de 2018 apareció una noticia sensacional que fue lo que cambió todo. Un tal Centeno ¿existe, existió alguna vez ese tal Centeno, no será un verso eso también? Chi lo sa, mis amigos. El tipo era, se dice que era, el chofer de un tal Baratta, este muchacho era, se supone que era, un funcionario.

Centeno era chofer, ninguna otra cosa, no se le atribuye formación o experiencia alguna, salvo ser alguna clase de suboficial del ejército de la dictadura, esto último, garantiza un desarrollo intelectual óptimo, es más Centenito se expresa con la misma elocuencia, con el mismo lenguaje florido que Carlos Monzón.

Lo fascinante es que este hombre modesto al que los prejuiciosos de siempre atribuyen un dominio acotado de la lengua y de cualquier otra cosa, resultó ser un cronista detallado y capaz de recopilar datos precisos, datos que un tipo normal con estudios no hubiese podido acopiar. El hombre resultó ser capaz de ver dólares dentro de un bolso y, no conforme con esa hazaña, de ser capaz de saber la cantidad.

Ojo de halcón y capacidad narrativa borgeana.

Las fotocopias surgieron de un periodista, más un operador del macrismo que cualquier otra cosa, un tal Cabot que daba conferencias de campaña en el periodo electoral, sin ánimo de ofender. Los cuadernos fueron entregados por un tal Bacigalupo del que nunca más se supo, agradézcanme la rima, y del que nada se sabe excepto que es… otro milico.

Siendo que los cuadernos, presuntamente, daban pruebas de una serie de ilícitos, nadie pudo explicar porque Cabot devolvió los cuadernos a Centeno, en realidad ese tal Cabot debería estar mirándonos a través de las rejas, del lado de adentro, por ocultar un delito, pero dentro de tantos arcanos insondables, envueltos en un enigma, es un asunto trivial.

El otro asunto no menos trivial es la multiplicación de declaraciones de este tal Centeno, primero dijo que como no, que acá están los cuadernos y después, que distraído el pobre, que los había usado para hacer un asado. Lo que también resulto ser mentira.

Ya de por si basarse en fotocopias es medio para el lado de lo irregular, por no decir que es inadmisible, viendo que este era el caso, empezó una serie de ¿cómo decirlo? citaciones policíacas, dedicadas más que nada a empresarios, funcionarios y ejecutivos varios, gente no muy acostumbrada a pasearse por instituciones policiales, se los invitaba a “participar” en la imputación, es decir, delatar a, presuntos o reales, de nuevo, vaya uno a saber, cómplices, implicados o lo que venga, siempre apuntando a los dirigentes peronistas y más directamente a Cristina. O si no, siempre hay irreductibles que se niegan a colaborar, o que, víctimas de un exceso de dignidad, se niegan a participar en causas en las cuales no tienen nada que ver, a pasar a una coqueta celda con vista al baño. Algunos de esos pasaron meses como huéspedes del sistema penal tercermundista argentino.

En algunos casos aparecieron, los vivos de siempre, que consiguieron abogados de verdad y que demostraron que mientras las fotocopias los ubicaban en, por ejemplo, Río Gallegos, los imputados estaban en Paris.

Las leyes de “arrepentidos” son, faltaba más, algo medio extraño, hacer que un delincuente quede libre por medio de denunciar a otros, está reñido con el sentido común incluso con el decoro. Porque supongamos que usted, querido, irreprochable lector, formara parte de una peligrosa gavilla, con la perspectiva de pasar años, décadas, disfrutando de las comodidades de Batan ¿No entregaría a quien sea con tal de librarse de esas vacaciones gratuitas? Y una cosa más… ¿No sería conveniente denunciar a alguien que la fiscalía, jueces o el poder de turno quisiera tener engayolado? Peor aún ¿No sería razonable mandar preso a un inocente que, careciendo de la posibilidad de saber a fondo los pormenores del caso, estaría en desventaja?

Por eso la ley, que es medio insostenible si uno mira con un solo ojo, establece la obligación de tener registradas las confesiones, lo razonable es que sea por medio de una filmación, algo que, por cierto, solo requiere de un teléfono.

Nadie ha podido explicar, después de todos estos meses, porque no se hizo en el caso de los místicos cuadernos.

La causa quedó después de un sorteo, impecable, inexistente en manos de Storzionelli y el finado Boladio, un dúo de juristas admirables y de prestigio diamantino. Es cómico que la libertad de un individuo pueda estar en manos del fiscal de la patria el Storzio, es más bien terrorífico. Querían una garantía de seriedad, ahí la tienen.

Ya sé que a esta altura esto suena loquito-loquito pero tampoco se sabe que delitos se les achacan a los declarantes. Ese es mi lema, si la noticia es mala, mejor no enterarse.

Los cuadernos, no las fotocopias, quedaron en manos de Storzio y el finadito ¿fueron peritados? ¿Quién fue? ¿En dónde? ¿Cuándo?

La última noticia de los cuadernos de la corrupción data de hace 9 meses, me pregunto si este misterioso y, que neologismo feo, epocal documento volverá a ver la luz.

No lo hagan, pero si me preguntan a mí. Es una maniobra del estilo del célebre juicio de la obra pública en Santa Cruz, en el que los, o el, peritaje parece no terminar nunca y aun así hay un juicio, con juez, fiscal, abogados y todo, donde, por algún motivo inasible, llaman a declarar a un testigo por semana, siendo estos como 300, de modo que el juicio demorará años, tal vez una década, con la recóndita esperanza de que el final, o algo así, llegue justo en el momento en que vuelva a presidir la nación el exitoso ingeniero Macri.

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