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Con Cristina.

viernes, 26 de agosto de 2011

Los judíos… ¿También vamos al paraíso?

Estudios serios afirman que todo el mundo tiene un amigo judío. Incluso los judíos tenemos algún que otro amigo moishe.


Hace mucho tiempo, para darles una idea Pink Floyd todavía no había compuesto “El lado oscuro de la luna” y el único celular que había lo tenía el capitán Kirk, asistía a una escuela primaria del estado en zona norte.


Ya por aquel entonces los pibes judíos de clase alta no iban a colegios del estado. Me acuerdo que este pibe tenía como 5 hermanos y que vivían en una especie de PH enorme en la avenida Santa Fe. Me pregunto si alquilarían esa propiedad, eso cambiaría bastante la ecuación, aunque siempre he creído que eran millonarios.


Desgraciadamente, para mi, no hay tantos judíos ricos como los nazis, y los ingenuos, creen. Pongámosle que yo tengo 100 parientes, de esos hay solamente un tío que tiene plata pero no se molesten porque vive en Miami.


Mi amigo tenía un mundo más amplio, sabía jugar al tenis, por ejemplo, y era socio del club Hacoaj, o como se llame. En aquellos buenos tiempos ser socio de un club era muy caro, este club de moishes estaba totalmente fuera de alcance.


Una de las pocas cosas verdaderamente felices de la infancia era jugar a la pelota todos los santos días. Mi amigo la llevaba mal ahí. El ambiente era tirando a compadrito. El viejo de uno de los pibes tenía un kiosco y nos traía cigarrillos, a veces simulábamos fumar para hacernos los machos pero a nadie le gustaba. Solamente a los niños pobres les gusta fumar. Mi amigo fue un par de veces pero nos pegábamos patadas, decíamos groserías y hablábamos de coger. Aunque nadie sabía bien de que se trataba. De la misma manera en que nos imaginamos los vuelos espaciales en los tiempos futuros de la ciencia ficción.


Así como yo lo quería llevar a jugar a la pelota al potrero él me quería llevar a aprender hebreo.
Agrego que estos judíos no eran ortodoxos, ustedes saben: los varones con sombrero de ala ancha y las chicas de pollerón, y que, si bien no probaban el cerdo, no comían, Jehova sea loado, comida Cosher.


No recuerdo si el bueno de Ongania se bajó en el año 70 o a principios del 71. Perón mandaba discos con instrucciones que, si no recuerdo mal, estaban redactadas en un lenguaje elíptico. Si el general hablaba de cómo hacer un asado estaba dando instrucciones para la lucha armada. Estaban de moda canciones del estilo “palito ortega montonero” una donde se insinuaban las notas de la marcha peronista y que decía: “…los muchachos… queremos que vuelva!” y otra que decía: “Recibí carta de Juan/ que escribió desde Madrid”.


Se hablaba de copamientos de ciudades y pueblos y de los sucesivos alzamientos posteriores al Cordobazo.


Los queridos compañeros del ERP “secuestraban” camiones de leche y la repartían en la villa miseria.


Pero mi amigo no vivía ese clima. Estos judíos eran en extremo conservadores. Lástima haber sido tan chico sino hubiese podido decirles que muchos de los políticos que ellos avalaban y de los milicos eran profundamente antisemitas.


Al revés de nosotros estos judíos ricos estaban convencidos de que Perón era antisemita.
Formaba parte del mito con el que la libertadora le había comido el coco a la clase media. Era como las orgias de Perón con las chicas de la UES y el oro que el viejo se había llevado de no-se-donde.


Hace unos años me encontré con otro pibe judío, no este del que estoy hablando. Este otro pibe había tenido “relaciones peligrosas” a mediados de los 70 y en el 76-77 había tenido que rajar. Se lo llevaron a Israel y, al principio, le fue muy bien. No se si no fue él, el que vivió en un kibbut donde las chicas se paseaban desnudas. A los dos años le mandaron el pasaporte y el uniforme de la milicia. Pero este resultó ser, mal que nos pese, de los nuestros. Se casó con una suiza y escapó de la tierra prometida. Shalom!


Ahora vive en colegiales. Cada vez que le mencionan al estado hebreo se caga de la risa y putea. Putea y se caga de la risa.


A principios de los 70, tal vez no sea así, al menos no exactamente, el hermano mayor de mi amigo de la primaria ya se había ido para allá.


De mi amigo judío, nunca más supe.


Como se llevaría aquel pibe, al que le disgustaban las malas palabras y las patadas, con la guerra.


Habrá terminado, como tantos soldados israelíes, boleteándose a si mismo. Habrá terminado colifa, después de la masacre de rigor. Se habrá convertido en un carnicero y ya se retiró y bebe su cerveza y se ríe de todos nosotros. Es un general de esos con un parche en el ojo y vigila la construcción del Gran Muro. Estará asesorando a los paramilitares colombianos.


O tal vez si existe un dios misericordioso y se acordó de él.


Y ahora mi amigo está, por fin, en la Tierra Prometida, en La Matanza, con el Pueblo Elegido, el nuestro. Es maestro de escuela y, de vez en cuando, participa de asados con el compañero Luis D’Elia.


Mazel Tov, para todos.

1 comentario:

  1. Buenísimo.
    Hoy estuve con un amigo judío al que le comí la cabeza en el 2008 para que salga del apoyo a los agrogarcas. Hoy es más cristinista que yo. Hoy estamos más contentos que en el 2008, no me digan.

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