En primer lugar conviene tener algún método que nos permita reconocer, reconocernos, a los enanos. Los enanos, por ejemplo, seguimos de largo en situaciones donde el resto de la humanidad se agacha. Tenemos que treparnos para llegar, en la cocina, hasta las tazas de café. Nos colamos en el subte sin darnos cuenta. Amamos los autos compactos. Usamos las bicicletas de los nenes. Nunca dejamos cosas arriba de la heladera. Nadamos sin problema en una pelopincho. Mi mujer usó la tela que sobró de la botamanga de mi vaquero para hacerse un bolso.
Los enanos somos más bien tiernos y sentimentales, nos gustan los colorinches, obviamente con el fin de hacernos visibles. A los enanos nos gusta bailar, por supuesto, y lo hacemos aunque nos de vergüenza porque nadie nos ve.
Debe haber excepciones pero la mayoría de nosotros somos heterosexuales militantes. He ahí la terrible debilidad que nos aniquila, la última y máxima tentación para cualquier enano: piernas largas, las jugadoras de básquet nos pierden.
Si nuestro amor hacia las chicas lungas fuera no correspondido no habría problema. En vez de eso, lo vemos todos los días por la calle, hay una proliferación de señoras y señoritas que, aparentemente, no salen sin su enano.
Pero atención, más allá de lo que puedan creer los lectores de la saga de blancanieves, no todos los enanos somos trigo limpio. El enano malo utiliza sus encantos para seducir sin control. Es pendenciero, borracho y tramposo. Es imposible detener al enano salido de cauce. Cuando los enanos cruzamos nuestras manitos y pedimos perdón con voz temblorosa no hay salvación. Ninguna mujer puede huir de un enano malo es, por definición, imposible. A esas abnegadas víctimas del enano infiel no les queda sino soportarlo y propinarle una buena tunda de vez en cuando.
A pesar de estas desviaciones el grueso de los pequeñines somos buenos y confiables. Más parecidos a “papá pitufo” que al “mini me” de las películas de Austin Powers.
Pero ojo la vida del enano no está exenta de dolor y de malos momentos. Subir a un colectivo lleno para un enano es terrible. También pasa que nos perdemos en los supermercados. Además está el drama de los enanos bonitos, el enanito lindo está condenado a convertirse en el juguete de lujo de alguna señorita vistosa y sin escrúpulos. Miren sino el caso de Tom Cruise que empezó siendo un actor famoso y ha terminado como peluche de una muchacha alta y preciosa.
En otros tiempos los enanos éramos discriminados, planchábamos en los bailes, nos decían:”inspector de zócalos” y otros epítetos menos reproducibles. Es raro que Hitler no hubiera creado campos de concentración para los enanos. Habrá pensado que es difícil encontrar a un enano que se esconde.
Los enanos nos dividimos entre sensibles y compadritos. Se los reconoce por el andar, el enano sensible siempre está envuelto por una señora/señorita que lo cubre, lo tiene abrazado, lo protege y también le quita libertad. De más está decir que se trata de una relación edípica.
El enano compadrito está, más bien, abrazado a su enorme mujer pero de costado, alargando el cogote en una perpetua expresión de “que miras, boludo!”. El enano compadrito es víctima de su propia ficción, cree que esa mujer enorme y, aparentemente, indefensa está con él en tributo a su audacia y a su virilidad, y no es así. En realidad a la altísima señorita le gusta su enano porque es manejable, dicho sea esto en todo sentido. Digamos que el enano compadrito es el único juguete sexual conocido capaz de hacer un buen asado, siempre que la parrilla esté convenientemente baja.
Quisiera aprovechar la ocasión para desmitificar la leyenda sobre la magnificencia de los enanos. Y es muy simple, el mismo magro instrumental que parece un maní en un tipo de 2 metros 15 de la NBA es como la torre Eiffel en un hombrecito pequeño. Ese “efecto especial” ha sido aprovechado con éxito en una multitud de producciones cinematográficas “non sanctas”. La gente de estatura normal nunca se cansa de ver los esfuerzos de un chiquitín para trepar en una rubia.
De cómo resolví yo el problema no me pregunten, este no es un blog de esos.
Es triste pero se ven cada vez menos enanos. La última generación con abundancia de pitufos fue la mía. Entre otras causas puede ser la alimentación, cambios de costumbres o la proliferación de campeonatos de básquet pero la disminución en el número de enanos debe atribuirse principalmente a, oh! Paradoja, aquello que los pequeños más amamos: las chicas altas.
La alerta ya ha sido dada, es hora de que los pequeñines seamos declarados: “especie protegida”. No se puede prohibir la cacería de enanos desde ya. Ninguna ley puede lograr que un enano no se abalance sobre una muchacha en minifalda.
Pero al menos se podrían organizar sectores en las oficinas públicas con ventanillas para chiquitines, más colectivos de piso bajo y ropa de talla chica que no lleve la imagen de Barney el dinosaurio. |
Siempre se ha dicho que los enanos poseen una desproporcionada razón para que las chicas los adoren. Por ahí debajo de la cintura.
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